jueves, 27 de junio de 2013

Lo nuevo del Nuevo Cine Latinoamericano Por Julio Garía Espinoza

No puedo hablar del Nuevo Cine Latinoamericano sino a través de un prisma muy personal. Otras voces serán necesarias para completar una mirada que explore el pasado en su relación con nuestro tiempo.

Medio en broma, medio en serio, se podría decir que lo nuevo no es nuevo hasta que no deja de ser nuevo. Cuando en los años cincuenta surgieron películas que hoy se reconocen como antecedentes históricos, nadie pensaba que estábamos haciendo Historia, ni mucho menos que se estaba gestando un movimiento cinematográfico de carácter regional. A finales de los sesenta y principios de los setenta, con los Festivales de Pésaro, Viña del Mar, Mérida, los Encuentros de Montreal y finalmente con el Festival de La Habana, va surgiendo una nueva identidad entre los cineastas que allí se confrontan. Esa identidad se transformaría en júbilo y ese júbilo se transformaría en una pasión: El Nuevo Cine Latinoamericano. Es decir, en esos momentos, estamos ante un movimiento que nos pedía fortalecerlo en su crecimiento y defenderlo de su previsible decaimiento.

Cincuenta años después, en un análisis, que no puede dejar de ser somero, podemos aproximarnos a la vida, pasión, muerte, y tal vez resurrección, del Nuevo Cine Latinoamericano que ya no será otra vez nuevo hasta que no empiece una vez más a desaparecer.

¿Qué podía tener de común un movimiento regional de tal dimensión? Otros hitos cinematográficos habían existido siempre pero de carácter nacional, como el Expresionismo alemán o el Impresionismo francés. En América Latina, en esos años, en los distintos países de la región surgían cineastas de sueños similares. No es que todos obedecieran al mismo impulso, tampoco todos los cineastas alemanes eran expresionistas, y lo mismo se podría decir de los franceses de la época. Lo cierto es que una nueva imagen comenzaba a parpadear en las pantallas y en nuestras corazones, diferente a la de los años treinta. ¿Eran producto de un idioma común? ¿De una historia y una cultura de raíces comunes? ¿De una economía endémica que padecía desde siempre atrasos y atracos insoslayables? Pero también eran producto de la apertura en un mundo que se renovaba y, por supuesto, de la presencia del Neorrealismo italiano que nos dejaba huellas irreversibles.

Se dio el milagro de sentir que no había fisura entre la realidad que cambiaba y el cine que se transformaba. El cine y la realidad se quitaban las máscaras que los ocultaban y, al igual que el Neorrealismo, eliminaban afeites y maquillajes para descubrir el rostro hermoso del ser humano. Era como una sola voz reclamando que no teníamos por que hacer cola para poder vivir. Diciendo que no queríamos saber nada con la parte más complaciente de nuestras mentes sino con la más perturbadora.

¿Qué leíamos entonces?¿Qué veíamos, qué oíamos? No fue sólo la influencia del Neorrealismo, fue la apertura a todo lo que resultaba vivo y renovador como la Nouvelle Vague, el Free Cinema, el American New Cinema. Novedades de Alemania, de España, África, Asia; del movimiento que recorría a la Europa del Este, con directores como Chukrai, Tarkovski, Wajda, Kawalerowicz, Munk, Jancso. En teatro, si en los cincuenta habíamos descubierto el Teatro Popular de Louis Jouvet y Gerard Philipe, en los sesenta descubríamos The Living Theatre de Judith Malina y Julian Beck y, por supuesto, la huella definitoria del Berliner Ensemble. En poesía nos encontrábamos por primera vez con poetas como Maiakovski o Nazim Hikmet; con escritores como Fanon, Sartre, Hauser, Mattelart, McLuhan. Por no mencionar el boom de la novela latinoamericana y de las nuevas películas de la región que comenzaban a llegarnos.

Era una verdadera fiesta para nuestra espíritu que no tenía tregua ni la quería. Nos provocaba un pensamiento, gozoso, inclaudicable ante lo arcaico y lo anacrónico; un pensamiento que motivaba nuevas políticas con el Norte, que se rebelaba ante la caricatura de democracia que se padecía, que latía junto a todos los mayos del 68, que alentaba a que el cine cambiara al mundo y a que el mundo cambiara al cine.

¿Qué ha pasado en los noventa? ¿A dónde fueron a parar tantos espacios ganados? ¿Tanto tiempo enriquecido? ¿Por qué la fuerza bruta en la sociedad y la mediocridad en los medios de comunicación lograron imponerse? ¿Por qué la gente ha admitido tan indolentemente la idiotización de la vida? ¿Por qué lo que ayer parecía bueno hoy parece malo? ¿Por qué lo que hoy es malo parece bueno? ¿Por qué prostituyeron las palabras? ¿Por qué la solidaridad ganada se convirtió en insolidaridad descarnada? ¿Por qué aceptamos la caída del muro de Berlín y todavía esperamos por la caída de otros muros no menos disonantes? ¿Qué se lee hoy, qué películas vemos, qué música oímos? O lo que es peor, ¿lo que se lee hoy, las películas que hoy vemos, la música que hoy oímos, son compartidas, forman parte de la identidad de algún grupo, de un aliento común? No se le ve todavía el humo a lo que puede estar hirviendo hoy.

Hasta la publicidad a dado un salto en el vacío. Estamos lejos de los mecanismos que, en los años sesenta, revelaba Vance Packard. Entonces la publicidad se esforzaba por tranquilizar la mala conciencia de quien compraba un auto sabiendo que el vecino no podía hacer lo mismo. Hoy quien compra un auto, un yate, un avión, lo exhibe sin pudor alguno y la publicidad se encarga de celebrarlo. Aceptar las actuales desigualdades es aceptar que la vida es inmutable, que una fuerza ciega la determina. En América Latina nadie está pensando en comprarse un yate, ni siquiera un auto. Pero de sus 500 millones de habitantes la mitad tiene menos de 24 años y todos quieren vivir como se vive en las películas. La gente enloquece convencida de que el destino no está en sus manos.

El fracaso del socialismo burocrático se ha traducido en el triunfo de la insolidaridad en el mundo. Pero América Latina no es Europa, ni la del Este ni la del Oeste. América Latina no puede volver a la situación arcaica a la que ha llegado la Europa del Este, porque América Latina no ha salido de ella. Sin embargo, el colapso del socialismo en Europa ha enturbiado las alternativas para superar sus frustraciones. Ha enrarecido las esperanzas de la mayoría no sólo de latinoamericanos, sino de los más de tres mil millones de habitantes que hoy pueblan el mundo y que aún no son considerados como personas, mucho menos como seres irrepetibles.

Mientas tanto, revelar los desafueros de los grandes centros del poder es demodé; defender que los derechos humanos no sean manipulados por los poderosos, es demodé; pedir que la libertad de expresión sirva también para cambiar las cosas, es demodé; que no reine la impunidad en la destrucción del planeta, es demodé. El grito que se expande es que estas modas acaben de pasar de moda.

Simultáneamente la industria del entretenimiento es la única que, en tiempos de crisis, no está en crisis. Esta industria se embolsa al año más de cincuenta mil millones de dólares incrementados después del fin de la Guerra Fría y con la venta de viejos programas de televisión al tercer mundo. Víctimas y victimarios necesitan escapar de una realidad que consideran no solucionable. Las salas de cine se han hecho más confortables para que la gente pueda, con más comodidad, alejarse del mundanal ruido. En la medida en que se alimenta la idea de que no hay alternativas, mayor es la necesidad de un sucedáneo, de escapar de un mundo loco que nadie entiende. Ponerse las orejeras del entretenimiento es lograr no ver ni sentir lo que está ocurriendo afuera.

Sin embargo no es siquiera este abominable entretenimiento lo que más puede bloquear nuestras voluntades. Ni siquiera la televisión-basura o la ausencia del ridículo de las llamadas revistas del corazón, o de los famosos sin talento, o de los cantantes hijos del marketing, o de las películas cuya única gloria es tener presupuestos elevados: el verdadero enemigo es la uniformidad a la que nos conduce toda esta subcultura. No se trata de prohibir nada, frente a todo este espanto de mediocridad y oportunismo, no hay mejor opción que la de abrir las puertas a todo el entretenimiento, al entretenimiento más legítimo que hoy está excluido, a todas las fuerzas creadoras, a los verdaderos talentos hoy desplazados por el imperio del dinero. Enfrentar la cultura a la subcultura, la diversidad a la uniformidad, la autenticidad a la falsedad, el talento a la mediocridad, es la respuesta a la necesidad de que seamos ciudadanos que pueden elegir y no simples consumidores de rositas de maíz.

¿Qué amamos hoy? Antes sabíamos lo que amábamos. Hoy sabemos lo que no amamos. Hoy puede unirnos más lo que no queremos que lo que queremos, tanto en la vida como en el cine. Parte importante de lo que no queremos es el fariseísmo imperante y las simulaciones arrogantes. El día que ocurrió el abominable ataque terrorista a las famosas Torres Gemelas, morían de hambre 35,000 niños en el mundo. Ningún medio pidió por ellos un minuto de silencio.

¿Qué puede ser lo nuevo en el Nuevo Cine Latinoamericano? Repensar el pasado. Repensar a los grandes cineastas; asumirlos para disponer de sus cabos sueltos. Huir de las modas. "No siento nostalgia por los años sesenta" se dice hoy. Y ¿quién la siente? ¿Quién siente nostalgia por el expresionismo alemán? ¿Quién siente nostalgia por Mozart? Por La Ilíada? ¿Por El Quijote? ¿Hasta cuándo estas falsas seducciones de la negación? Antes seleccionábamos a los amigos. Hoy debemos saber seleccionar a los enemigos.

¿Qué diferencia hay entre los sesenta y los noventa? Antes se hacían buenas y malas películas, hoy también se hacen buenas y malas películas. Antes se dio una nueva generación, hoy también ha surgido una nueva generación. Antes se logró una cierta producción, hoy también se logra. Antes tuvimos premios en los festivales, hoy igual. Entonces, ¿dónde está la diferencia?

El análisis somero obliga a no ir más allá de las generalidades. Pero habría que precisar, con ejemplos de películas, como fue entonces el tratamiento del espacio y del tiempo; hasta donde el montaje evolucionó al ritmo del pensamiento; cuál fue el papel de la intuición y cual el de la razón, ¿cuándo pesó más uno?, ¿cuándo más el otro? En La primera carga al machete la fotografía tan contrastada no es gratuita, obedece a una razón, sin embargo su creación es producto de una profunda intuición. En Son o no son el caos de la narración lo sustenta una lógica interna que, a su vez, es producto de la intuición. En cuanto al naturalismo proyectado por Hollywood fueron los brasileños los que más lo rechazaron. Hoy se ha ganado en el ritmo del montaje, en conciliar la intuición con la razón, pero se notan demasiadas películas asépticas, menos contaminantes. En líneas generales se ha vuelto al naturalismo de Hollywood.

Se ha sostenido que el Nuevo Cine Latinoamericano de los sesenta desapareció al individuo siguiendo el principio marxista de que la Historia la hacen los pueblos y no los individuos. Es verdad que ésto existió como también existió lo contrario. Pero ésto se manifiesta igualmente hoy. ¿Qué hay de regresivo en que ambas tendencias, ayer y hoy, puedan ser caminos exploratorios?

También se habla de que el Nuevo Cine Latinoamericano obedeció a una única línea de pensamiento. ¿Acaso es una manera de enmascarar el palpable pensamiento único que hoy recorre mares, llanos y montañas? ¿Se puede negar la diversidad de entonces? ¿Se puede negar la uniformidad que inunda hoy al mundo? ¿Qué hay de pensamiento repetitivo en Memorias del subdesarrollo, El Pez que fuma, El Chacal de Nahueltoro, Dios y el diablo en la tierra del sol? No hay que confundir uniformidades actuales con coherencias de ayer.

También se suele decir que el cine de los sesenta fue un cine político. Es demasiado cómodo dividir el cine en cine político, cine de entretenimiento y cine de arte. Habría que preguntarse más bien, cuándo en las películas hay más sentimiento que ideas, cuándo hay más ideas que sentimientos, cuándo se concilian ambos. También se dice que fue un cine de bajo costo. Pero eso no significa que fuera un cine artístico. A veces se cambian las formas de producción para no cambiar nada. La Nouvelle Vague rompió con muchas leyes de la gramática desarrollada por Hollywood desde Griffith. Liberó a la narración de tener que respetar las angulaciones correspondientes, el famoso eje; la imposibilidad de ir de un plano general a un primer plano; de ajustarse a los movimientos mecánicos de la cámara. Incluso la cámara en mano la utilizaron por primera vez los cineastas de la Nouvelle Vague. Con todo y ser mucho estas transgresiones no pasaron de ahí. El Nuevo Cine Latinoamericano también transgredió pero fue más lejos, intentó romper las reglas del juego. Tal vez Glauber Rocha fue quien más lejos llegó en ese empeño. En general gran parte de la importancia del Nuevo Cine Latinoamericano fue buscar una alternativa a la narración autoritaria de Hollywood, por una parte. Por otra, huirle a la mentalidad pequeño burguesa como destinataria única. En aquel entonces, no surgieron planteamientos teóricos para hacer películas, hicimos películas que motivaron reflexiones teóricas.

¿Qué nos une hoy? ¿Qué nos separa?

El Neorrealismo surgió después de la Segunda Guerra Mundial. Fue una manera de enfrentar la vida reactivando la cultura y evitando sus frustraciones. Todavía ese mismo aire lo respiró el movimiento renovador de los sesenta, incluyendo al Nuevo Cine Latinoamericano. Hoy, parecería que hemos sido inmunizados de las catástrofes que se levantan ante nuestros propios ojos.

Así mismo habría que hacer un análisis más profundo del itinerario del pensamiento marxista antes y después de los sesenta más la puesta al día de ese pensamiento por la revolución cubana en el contexto particularmente latinoamericano. Entre nosotros, que veníamos impregnados de la filosofía marxista, se hizo evidente que las primeras películas eran productos de un pensamiento marxista desfasado; la madurez se reflejó años después en las películas que hoy se consideran clásicos. Esa madurez fue también de todo el continente americano y lo recorrió activando un espíritu de cambio más consecuente con la realidad. Pero el pensamiento previo a los sesenta no desapareció, se mantuvo, en terca lucha con lo nuevo. Fuerzas que pretenden aparecer hoy como lo nuevo, meten en el mismo saco tanto al viejo como al posterior pensamiento de los sesenta creando más la dispersión que la revelación.

De todas maneras lo nuevo en el Nuevo Cine Latinoamericano seguramente ya está aleteando ante nosotros sin que lo sepamos. La vida cambia pero no se agota, no se extingue. Son señales las buenas películas que hoy se realizan, las nuevas generaciones que persisten, una vasta población que se acerca. ¿Acaso lo nuevo está viviendo rodeado por la explosiva lava de hoy? ¿La mira de frente? ¿La esquiva? ¿Falta el proyecto común? ¿Es necesario? El laberinto de las opciones políticas puede hacerlo difícil. Pero los problemas del propio cine pueden hacerlo viable. La dimensión regional sigue siendo indispensable. La razón de disponer de nuestro propio mercado es una asignatura pendiente. Un mercado latino para el cine latino ofrece más posibilidades de comunicación que el de Europa para los cineastas europeos. A los gobiernos no les interesa hacer visibles a nuestros países, les basta con sonreírles a las transnacionales. Pero a los cineastas les resulta indispensable la visibilidad del Continente. El cine no tiene por que ser un lujo para países pobres, con la mitad de lo que se pierde en importar tantas películas inútiles se podrían financiar la mayoría de nuestras producciones.

Sin embargo, el Nuevo Nuevo Cine Latinoamericano tendrá que transgredir las fronteras de la región. Hoy no es regional el cine de Kiarostami, de Lars von Trier, de Kitano, de Yimou. Pero el cine de ellos es periférico. Lo que nos une a ellos es que también nosotros somos periféricos. En la misma situación se encuentran los cineastas africanos y los independientes norteamericanos. Un gran puente reclama nuestros mejores esfuerzos. Haría falta una red de salas dedicadas al cine desconocido. No es imposible. Seamos realistas, por ejemplo un ciclo de películas árabes, en estos momentos, sería todo un éxito. La gran ambición de los periféricos es dejar de ser periféricos. El mundo debe ser excéntrico, el cine también.

¿Qué principio puede impedir que el espacio cinematográfico sea un espacio de todos? ¿Qué ley natural puede negar el derecho a que los públicos puedan ver cine de todas partes? La UNESCO debe ayudarnos, los cineastas de Hollywood deben ayudarnos, las escuelas deben ayudarnos, las cinematecas deben ayudarnos, los críticos deben ayudarnos. Pero ante todo debemos ayudarnos nosotros mismos. No hay forma de seguir justificando que un sólo país disponga arbitrariamente de los mercados. Es vergüenza insostenible que la pobreza de nuestros productores alimente la riqueza de otros. Los cineastas no podemos vivir seguros ni en paz hasta que no se logren esos derechos. ¿Qué razón justifica que una mala película de Hollywood pueda tener más beneficios económicos que una buena película periférica? Es un escarnio para las mentes más abiertas, pero se dice que el público las prefiere rubias. Para qué entonces tantas perretas con la intervención del Estado, tanto pataleo para que no se aplique ninguna ley proteccionista, tanto alarde de mercado libre cuando todo el mundo sabe que son mercados cautivos.

Las nuevas tecnologías pueden ayudar. No sólo porque lo digital debe abaratar los costos y obtener finalmente las proyecciones con la calidad deseada, sino que internet puede ampliar nuestras informaciones. Es cierto que hasta la llamada libre empresa está contribuyendo a desarrollar tecnologías de control para limitar la vida privada y para impedir la libertad con la cual nació esta nueva tecnología. Pero el cine latinoamericano no requiere la privacidad de sus anhelos, ni internet puede dejar de ser la red de redes de la información universal.

Antes, las metas, los objetivos, era posible trazarlos como una línea recta hacia el porvenir. Hoy, los cambios científicos y tecnológicos se producen con tal rapidez que es imposible trazar una sola línea coherente para que nos beneficien con la misma celeridad. Y eso no es todo: hace falta mucho coraje y un extra de lucidez para permanecer en la minoría que no cree sólo en los muros ya destruidos sino en lo que están por destruir, entre otros, el del actual lenguaje cinematografico que impide el desarrollo del lenguaje cinematográfico.

La Habana, enero 23 de 2002..

Julio García Espinoza se inició como director en 1960 después de estudiar en el Centro Experimental de Cinematografía en Roma. Desde entonces ha dirigido siete largometrajes de ficción, varios documentales y participado como guionista en una docena de filmes. Fundador del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos (ICAIC) y Presidente del Festival de La Habana de 1983 a 1990, tiene además una extensa obra teórica siendo su texto más conocido Por un cine imperfecto. A partir de julio de 2002 es director de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.

Texto extraido de:
El ojo que piensa. Revista virtual de cine Iberoamericano, Número 0, agosto 2003, Guadalajara, Jalisco, México.
http://www.elojoquepiensa.udg.mx/espanol/numero00/veryana/02_cinelatino.html


sábado, 22 de junio de 2013

Clase 12 - El Nuevo Cine Latinoamericano (3° Parte)

EL CINEMA NÔVO
Por David Oubiña
Revista La Nación – Cien años de Cine – 1995

Nace una reivindicación delo nacional, al margen del cine de estudio y de los condicionamientos industriales.

En 1953, la fugaz empresa Vera Cruz había producido O Cangaceiro (Lima Barreto), que aplicaba el modelo narrativo del western a una historia de bandidos en el sertâo. A pesar de que el film fue el primer suceso internacional del cine brasileño, a fines de ese mismo año Vera Cruz era declarada en quiebra.

Hacia mediados de la década del cincuenta, la cinematografía del Brasil se hallaba en un callejón sin salida: con la industria prácticamente en bancarrota, sin propuestas estéticas innovadoras y con un mercado cinematográfico dominado por la producción extranjera.

Frente a este panorama, algunos realizadores –Nelson Pereira dos Santos, Alex Viany, Humberto Mauro, Roberto Santos- desarrollaron una reivindicación nacionalista por medio de un cine al margen de los estudios y de los condicionamientos industriales: O canto de saudade (1953, Mauro), Agulha no palheiro (1955, Viany), Río 40 graus (1955, Pereira dos Santos). 



Esta propuesta -influida por el Neorrealismo- se consolidó en el clima de ruptura estética y de insurgencia político-cultural de los años sesenta, a partir de una generación procedente de las universidades y los cineclubs: Ruy Guerra, Glauber Rocha, Joaquim Pedro de Andrade, Carlos Diéguez, León Hirszman, Marcos Frías, Arnaldo Jabor y los documentalistas Gerardo Sarno, Vladimir de Carvalho, Maurice Capovilla.

Todos ellos comparten la voluntad de un cine independiente y la búsqueda de un modo de expresión auténtico que produjera un análisis crítico de la realidad social, política y cultural.

“Salir a la calle con una idea en la cabeza y una cámara en la mano”, decían los conjurados: había nacido el Cinema Nôvo.

Agrupados alrededor del Centro Popular de Cultura (donde la Unión Nacional de Estudiantes intentaba formular postulados artísticos que expresaran la realidad de los trabajadores), los realizadores desarrollaron una crítica de la miseria y la explotación en films como Arraial do cabo (1960, Paulo Saraceni) o Cinco vezes favela (1962, Hiszman, Diegues, De Andrade, Farías, Miguel Borges).




En Vidas secas (1963, Pereira dos Santos, sobre la novela de Garciliano Ramos), esa descripción crítica encuentra un estilo riguroso y despiadado, seco como el sertâo.




Algunos films presentaban un frente más abiertamente combativo: Os fuzis (1963, Guerra), donde el pueblo hambreado se alza contra un comerciante especulador; Ganga Zumba (1963, Carlos Diéguez), que recupera el tormento de los esclavos del siglo XVIII para mostrar una continuidad histórica en las condiciones de explotación; Barravento (1962, Rocha), donde un grupo de pescadores bahianos se rebela contra intermediarios y propietarios; Dios y el Diablo en la Tierra del Sol (1964, Rocha), que hace un uso provocador de la alegoría y los arquetipos como expresión del estado de alienación a que está sometido el pueblo. En ellos el cine es un llamado a la acción para transformar las viejas estructuras de dominio y explotación.






En cambio Os cafajestes (1962, Guerra), con su influencia de la Nouvelle Vague y su crítica a los jóvenes burgueses, es más bien una anticipación de las preocupaciones de la segunda mitad de la década: luego del golpe militar de 1964 y del surgimiento de la guerrilla urbana, la crisis de la izquierda la condujo a un proceso de autocrítica sobre sus propias contradicciones.




Disminuyeron los films sobre el sertâo  y crecieron los títulos sobre la clase media, los intelectuales y el compromiso: A falecida (1965, Hiszman), A grande cidade (1966, Diéguez), O desafío (1965, Saraceni), Tierra en Trance (1967, Rocha).




El creciente régimen de terror impuesto por la dictadura, la censura y las persecuciones obligaron a los realizadores a formulaciones más elípticas y simbólicas: Brasil ano 2000 (1969, Walter Lima Jr.), Os herdeiros (1969, ), Os deuses e os mortos (1970, Guerra) y Macunaíma (1970, De Andrade).



Al margen de los valores de cada film, el Cinema Novo había perdido ya su fuerza de choque. Dos hechos opuestos definen, sintomáticamente, el cierre de esta etapa: el exilio de Glauber Rocha y la creación de la Empresa Brasileña de Cinematografía (Embrafilme), organismo estatal, cuya política de producción y difusión resultará fundamental en la reconstrucción de la industria.



LA ESTÉTICA DEL HAMBRE / LA ESTÉTICA DEL SUEÑO

glaubercortadas

Las estéticas del cinema novo se engendraron dentro de una contexto específico, marcado por la afirmación de las cinematografías nacionales y por el agudo sentido crítico del cinéfilo, dedicado a la apropiación de lo que él asumía ser una vocación del medio y de la técnica por conectarse con la experiencia social, siempre que la imagen y el sonido se produjesen fuera del ámbito de la simulación industrial.

Glauber escribió este texto en enero de 1965 como tesis para presentarse en discusiones sobre el cinema novo durante una retrospectiva sobre el cine latinoamericano, hecho en la “Reseña del Cinema Latinoamericano” en Génova. Este texto aparece después del reconocimiento mundial de “Dios y el diablo en la tierra del sol” (1964) cuando el cinema novo se afianza internacionalmente con Glauber como principal porta voz e ideólogo.

El director habla de la posición de Brasil como colonia dependiente política y económicamente de grandes potencias extranjeras, volviéndose incompetente para actuar y pensar, a partir de sus propias acciones y necesidades. Reflexiona del hambre de América Latina no simplemente como reseña de que algunas cosas estaban mal sino como esencia de esta sociedad, como algo característico de este pueblo.

“La estética del hambre” se oponía a la estética fácilmente digerible del cine norteamericano que mostraba una realidad perfecta, y de una parte del cine nacional que lo imitaba.


La vocación revolucionaria del arte se afirma, para Glauber, dentro de esa confrontación geopolítica que implica conflictos étnicos, de clase y transnacionales. Sin embargo, si el arte es una práctica humana inserta en el campo simbólico, cualquier defensa de su dimensión política de enfrentamiento y riesgo no elimina otro imperativo: el que exige comprender que la verdadera fuerza de la intervención de lo poético en lo social proviene de su propia naturaleza como arte.

Como explicita en “La estética del sueño”(1971), el arte, por ser invención, es inmersión en lo imprevisto, experiencia instauradora, ruptura con el sentido común, los límites y las convenciones. Expresa la condición histórica (y cósmica) en su totalidad. Sin el control de la razón ni de la medida, instituye lo que no es, asume el momento mágico, entra en sintonía con lo que pertenece al sueño del oprimido, le da voz a las pulsiones inconscientes.


Fuentes:




BOLIVIA
Por: Silvia Acosta y Alberto Cassone.

En 1952 asume el gobierno del MNR, movimiento compuesto por militares y civiles con una fuerte acción, en los primeros años, en reivindicaciones populares. Por estos años, aparecen los primeros datos estadísticos, el 60% de la población del país no hablaba lengua española, es decir, mantenía su lengua originaria precolombina. Este dato, habla de la profunda resistencia del pueblo boliviano.

Resistencia a la colonización española y por consiguiente, defensa de sus propios valores culturales. Casi cuatrocientos cincuenta años llevaba ese proceso de resistencia, por aquel entonces. Pero no era la primera resistencia de su historia, también al imperio incaico se habían resistido, allí, el resultado fue más fructífero porque finalmente lograron integrarse, manteniendo sus raíces culturales.

Generar el respeto de la población a sus ámbitos naturales, a sus valores culturales, a sus derechos sociales, nunca ha sido tarea fácil. En estos últimos cincuenta años, el ataque y la destrucción de sus valores originarios a manos de todo el sistema capitalista, se profundizó, paradójicamente, producto del llamado “progreso” en las comunicaciones y la consiguiente “globalización”. Vale la pena destacar que esta realidad es común a todo Latinoamérica.

Gran parte del cine boliviano relata esta historia de luchas, de enfrentamientos entre las dos culturas. El choque de culturas a partir de la conquista española y la resistencia de las distintas razas originarias de la región boliviana, son un sello que el cine de ese país ha tenido orgullosamente como temática, en gran parte de su historia filmográfica.

Podemos decir que el cine boliviano, como pocos en Latinoamérica, ha sido consecuente con su historia. Desde su cine mudo que reflejó dramas indigenistas como “Corazón Aymará” o “La profecía del lago” donde la tragedia del amor se registró como la imposibilidad del cruce de un hombre y una mujer, pertenecientes, cada uno, a la otra cultura.
Estos episodios llevaron muchas veces, en la realidad, a cortas pero violentas sublevaciones. 



Los alzamientos produjeron en ocasiones asesinatos políticos, como el que reflejan los filmes “El fusilamiento de Jáuregui” y “La sombría tragedia del Kenko” sobre el asesinato del ex presidente Pando, otra característica de este pueblo boliviano, fuertemente cerrado y resistente en su cultura, por lo menos hasta mediados del siglo XX.




De la época sonora el filme “Vuelve Sebastiana” de Jorge Ruiz condensa gran parte de esta temática histórica. Una niña indígena que se deslumbra por los progresos de otra cultura y es rescatada por su abuelo que le recuerda su origen y la regresa con su pueblo. El abuelo muere pero ella ha retornado a sus raíces.




Quizá es la metáfora de Latinoamérica hasta aquí, que sólo pudo elegir entre morir entregando su cultura o morir resistiendo aislada.



El grupo boliviano de cine Ukamau, formado a mediados de los 60′, tuvo como integrantes fundadores a Antonio Eguino, Oscar Soria, Ricardo Rada y Jorge Sanjinés. Sus reflexiones (o incitaciones o exhortaciones) fueron plasmadas en dos de sus textos-manifiestos más importantes.

El otro artículo -”Llamado a la difusión”-  fue escrito a fines de 1976 para ser presentado en el V Encuentro de Cineastas Latinoamericanos realizado en Mérida (Venezuela) en 1977, cuando de la formación original del grupo sólo quedaba Sanjinés, y da cuenta del cambio en la coyuntura latinoamericana. Las palabras represión y exilio dominaban las conversaciones (Sanjinés ya había salido de Bolivia, pasado por Perú y se encontraba filmando y exhibiendo en Ecuador). Otra escritura se hace presente en este manifiesto pero el discurso sigue su curso original, no existe otra respuesta posible a la pregunta sobre lo que debe hacer un cineasta comprometido con el cambio social: “[...] acercarnos al pueblo, conocer su cultura y elaborar un lenguaje afín a sus necesidades, creando junto al pueblo -única manera de lograr un cine popular- el instrumento que al servirle de medio expresivo contribuya a elevar su conciencia”.

La difusión revistió una importancia fundamental para Ukamau. En ese sentido el “cine individualista” es atacado y señalado como el portador de los mensajes de un artista al servicio del orden y “contra el pueblo”.

No existe cine revolucionario sin cine popular, y el pueblo se expresa colectivamente. Por lo tanto, una tarea irrenunciable del cineasta revolucionario debe ser trabajar de manera colectiva sin dejarse encandilar por su voluntad de expresión desligada del mensaje de los otros.



En "Yawar Mallku - La sangre del cóndor",  se muestran las “misiones de paz” norteamericanas con sus prácticas de exterminio racial, esterilizando a las mujeres.


Debemos también recordar que para esta década muere en territorio boliviano el Che. Más allá que se comenta, aún hoy, su error táctico-estratégico, entre las causas por las cuales el Che eligió Bolivia para continuar su ideal revolucionario, seguramente tuvieron que ver con estas características que marcamos aquí sobre el pueblo boliviano: resistencia a la invasión cultural, sublevaciones sociales, ser consecuentes con sus raíces. Sobre este hecho hay muchos documentales, especialmente en la Argentina. Los documentos se incrementaron con la exhumación del cadáver del Che después de décadas de silencio. 


» Insurgentes, de Jorge Sanjinés




Insurgentes es un personalísimo documental del realizador boliviano Jorge Sanjinés, quien no solo lo dirigió, sino que escribió el guion, lo narró y lo editó. Luego de una vida entera dedicada a reflexionar –y revolucionar- su país desde el celuloide, en su más reciente cinta Sanjinés se propuso el descomunal objetivo de contar la historia de los olvidados.


El filme intenta vislumbrar el camino que transitó el imaginario boliviano hasta conformar su nacionalidad. La película no tiene un único protagonista, sino que retrata –de una manera muy humana- a varios personajes y hechos ignorados por la ‘historia oficial’ –que ya se sabe que tiene muchas versiones-.

El largometraje, aunque propuesta histórica, no tiene una estructural lineal, sino que hace constantes saltos en el tiempo –algo que quizás pudiera confundir a un espectador no versado en los acontecimientos abordados-.

El filme sale airoso de arriesgada –y costosa- reconstrucción de la época. Vestuarios, maquillajes, armas, escenografías… logran la veracidad necesaria para diferenciar las distintas clases sociales que confluían en Bolivia en un periodo comprendido entre 1781 hasta nuestros días.

A esto se suma una cuidada fotografía, que combina grandes movimientos de cámara -que permiten ver la impresionante del altiplano boliviano- con cámaras en mano -que nos hacen participes de grandes batallas, las sucedidas en la Guerra del Chaco o la Revolución de 1952-.

En cuanto a las actuaciones, Sanjinés apostó por la utilización de actores no profesionales, quienes lejos de provocar rechazo por su técnica interpretativa, le aportan autenticidad al relato. 

Finalmente el director -quien asume la Historia como un proceso en constante movimiento y cambio- propone un final abierto, que permite al espectador vislumbrar los logros alcanzados por la nación andina, pero también sus grandes retos.





Bibliografía recomendada:
Alfonso Gumuncio Dragón, “Historia del Cine Boliviano”
Carlos Mesa Gisbert, “La aventura del cine boliviano”
Jorge Sanjinés, La experiencia boliviana en “Teoría y práctica de un cine junto al pueblo”

Páginas web recomendadas:

www.solobolivia.com/cultura/cine
www.bolivian.com/cine
www.frombolivia.com
www.utopos.org/cine

jueves, 20 de junio de 2013

Clase 11 - El Nuevo Cine Latinoamericano (2° Parte)

Historias de la Revolución
Por Claudio España
Revista La Nación  - Cien Años de Cine - 1995

La década del 60, con el avance de las izquierdas sobre la política, la opinión pública y la cultura, dejó marcas profundas en el cine de aquellos años. 
La Revolución Cubana fue el punto de arranque e Historias de la Revolución (Cuba, 1960), de Tomás Gutiérrez Alea, es un título de películas que resumen aquellos momentos que, sin negarse a la ficción, buscaron la adhesión popular para propósitos políticos.


Fotograma de Historias de Revolución  


Cine didáctico al fin, pretendía armar a los espectadores, cuando es cualidad del público, al salir de la sala, volver manso a sus quehaceres.

Se habla de un cine político, de cine como fusil e instrumento para la lucha. Había una palabra, colonialismo, gastada a tal extremo que cualquiera que hoy la pronuncie sin sentido histórico o enunciativo, corre el riesgo de ser tildado de extemporáneo cultural.

Por otro lado, la industria del cine, con su poderoso brazo comercial, se apropió de las formas de esa cinematografía de lucha política, no de sus fines, volviéndola un género comercial, es decir, destiñéndole el contenido combativo, pero manteniendo esa apariencia: La Batalla de Argelia (1966), Queimada! (1969) ambas de Giulio Pontecorvo, la última con Marlon Brando; Desaparecido (Missing, 1982, Costa-Gavras), con Jack Lemmon; Salvador (1986, Oliver Stone).



LAS CINEMATOGRAFÍAS DEL TERCER MUNDO

LA PRODUCCIÓN CUBANA
Por Ricardo Manetti
Revista La Nación- Cien años de Cine – 1995

Encarna una mirada realista original y apartada de cánones impuestos por otras cinematografías y movimientos políticos.

La cinematografía cubana ha sido, durante la década del sesenta, la que más contribuyó al desarrollo político, ético y estético de un cine dispuesto a dar batalla a los sistemas dictatoriales.

Nacida como consecuencia de la Revolución de 1959, se convirtió en pocos años en modelo para otros cines en América Latina (Cinema Novo, Grupo Ukamau, Grupo Cine Liberación). Si bien influyó notoriamente en las estrategias políticas de la representación crítica de la realidad, se diferenció de las otras cinematografías del continente en su objetivo fundamental: el Cine Cubano es fruto de la Revolución y radica en la toma de conciencia de la rígida doctrina del sistema socialista.

El 24 de marzo de 1959, a menos de tres meses del triunfo del Ejército Rebelde en ,La Habana y del derrocamiento de Fulgencio Batista (1° de enero), se funda el Instituto Cubano de Arte e Industrias Cinematográficas (ICAIC). La ley que lo crea es la primera en materia cultural promulgada por las nuevas autoridades y postula que “el cine constituye, por virtud de sus características, un instrumento de opinión y formación de la conciencia individual y colectiva, y puede contribuir a hacer más profundo y diáfano el espíritu revolucionario y a sostener su aliento creador”.

De inmediato, el Icaic, dirigido por Alfredo Guevara, propuso la formación de cuadros artísticos y profesionales, así como la creación acelerada de la base técnico-material cinematográfica. También dispuso la instrumentación del cinemovil –comienza a funcionar en 1961- con el interés de llevar el cine, por los medios más diversos (camiones, trenes, mulas), a todas las regiones del país.

La primera generación de directores se integró con algunos participantes del movimiento rebelde que registraban antecedentes fílmicos. Tomás Gutierrez Alea, Julio García Espinosa y el dominicano Oscar Torres habían cursado estudios de cine en el Centro Experimental de Roma, y los dos primeros, junto a Alfredo Guevara y a Jose Massip, habían producido El Mégano (1955), un documental sobre la vida miserable de los carboneros cubanos en la ciénaga de Zapata. El trabajo –prohibido por el gobierno de Batista- se convirtió en el manifiesto artístico que guió la etapa inicial del Icaic.

 


Este primer momento se caracteriza por un tratamiento neorrealista de los temas sociales de inmediato. Los cortos La vivienda (1959) y Sexto aniversario (1959), el largo Cuba Baila (1960-61) –todos documentales de García Espinosa-, los cortometrajes Esta tierra es nuestra (1959) y Asamblea General (1960) y el largo argumental Historias de la Revolución (1960), los tres de Tomás Gutiérrez Alea, son ejemplos de la primera época.

El Documental es el original modelo propio de la filmografía cubana. Luego de un primer momento se aparta de la puesta en escena neorrealista –conserva su oposición al artificio- y le otorga importancia al montaje aprendido del cine soviético clásico: “El montaje como medio de generalización y de síntesis, como tránsito dialéctico de la representación al símbolo” (Sergei Eisenstein).

SantiagoÁlvarez, el más importante documentalista cubano y director del Noticiero Icaic Latinoamericano, es el realizador que con mayor violencia promueve los cambios más radicales. En la búsqueda de un nuevo estilo trabaja con estructuras narrativas de oposición, metáforas visuales, enlaces por saltos, ruptura de los nexos habituales de tiempo y espacio y por la contaminación entre formas ficcionales y documentales. Ficcionaliza el documental y documentaliza la ficción.










Tampoco es ajeno a las transformaciones del modelo el encuentro con profesionales de otras cinematografías: Cezare Zavattini, Chris Marker, Jori Yvens, Peter Brook, Jean-Luc Godard, Andrzej Wajda, Gérard Philipe, Tony Richardson y el historiador Georges Sadoul, entre otros. Todos viajaron a Cuba para participar en rodajes y seminarios. La revista del Icaic, Cine Cubano, es el documento donde quedó registrado el continuo intercambio de ideas en el campo del arte, la lingüística, la sociología, la política y el cine.
“Las conversaciones y las reflexiones teóricas que se daban en aquellos tiempos eran magníficas. Incluso ya había la preocupación semiótica sobre el cine y, de algún modo, se venía anunciando la eclosión cultural y política que se produjo en 1968” (Humberto Solás)


El punto más alto del Cine Cubano se produce en 1968 con Memorias del Subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea) y Lucía (Humberto Solás, 1968). La primera inspecciona la memoria de un intelectual que eligió permanecer en Cuba luego de la Revolución; la segunda revisa el retrato de tres mujeres en tres momentos diferentes de la historia cubana. Lucía 1895 tiene forma de tragedia en el espacio de una familia aristocrática durante el tiempo de la independencia de España; Lucía 1933 es el melodrama sobre un intento de revolución en el marco de la sociedad burguesa, Lucia 196…es una comedia sobre la educación de la mujer campesina.






Los temas de este nuevo tiempo son la memoria y las experiencias sobre las batallas revolucionarias del pasado combativo y del presente épico del pueblo cubano: Las aventuras de Juan Quin Quin (1967, García Espinosa), Por primera vez (1967, Octavio Cortázar), La odisea del general José (1968, Jorge Fraga), La primera carga al machete (1969, Manuel Octavio Gómez) y los dibujos animados de Juan Padrón sobre el ídolo infantil Elpidio Valdés, un legendario mambí que, en el siglo pasado, se enfrentó al poder colonial español.


Además de las películas de Elpidio Valdés, también es creador de la serie de dibujos animados “Filminuto”, que apareció por primera vez en 1980. A partir de 1986, trabajó en colaboración con Quino para crear otra serie a la que denominaron “Quinoscopio".






"Por un cine imperfecto"
por Ariadna García Rivello

Julio García Espinosa escribe la teoría “Por un cine imperfecto” (ir al link), y realiza la película  que la origina e ilustra al mismo tiempo, Las aventuras de Juan Quin Quin (1967, García Espinosa).

Esta poética está destinada a ser un medio para alcanzar un fin, que es el verdadero arte, el realizado por el pueblo para el pueblo. Un verdadero arte desinteresado, que para llegar a serlo debe pasar inexorablemente por una etapa interesada: una elite de cineastas formados en la técnica cinematográfica estarán encargados de difundir dichos conocimientos entre los demás integrantes de la sociedad (los interesados en este arte), para que cada uno pueda incorporara el arte como una actividad más en la vida cotidiana, y que deje de ser una actividad para una elite que se cree poseedora de las claves simbólicas de la sociedad. 

En el manifiesto, García Espinosa enumera tres factores que colaboran para que este proyecto se pueda llegar a realizar: 

1) el avance de la ciencia y la técnica a través de las cámaras cada vez más livianas y accesibles y la aparición del vídeo

2) la participación social de las masas, que se ve en la cada vez menor distancia entre el espacio del autor/actor y del espectador

3) la potencialidad revolucionaria. 

Lo imperfecto para esta propuesta radica en que esta poética no es un fin en sí misma, sino que es un medio para lograr otra cosa: que esta poética se disuelva, no en la nada, sino en el todo, en el todo de la sociedad, de cada uno de sus integrantes que desee hacer o participar de esta forma de arte que es el cine. A la muerte de esta poética le sigue el nacimiento de miles de otras. 
Forma y contenido no pueden estar disociados, permanentemente insistimos a la hora de efectuar nuestros análisis, la necesidad de detenerse en el relato para develar el contenido que va más allá de la historia. Observemos los comentarios que hizo Julio García Espinosa en cuanto a la necesidad del cine en la cultura cubana de la revolución.






CHILE: Un nuevo cine
Por Diana Paladino
Revista La Nación- Cien años de cine – 1975

Desde la clausura de los estudios Chile Films en 1949, la producción fílmica del país andino quedó a fojas cero por dos décadas. No obstante, hacia fines de los años cincuenta, la proliferación de cineclubes y centros de estudios cinematográficos orientados a la experimentación posibilitó la formación de la joven camada que, diez años después, haría el Nuevo Cine Chileno.

Definitorio en este desarrollo, fue también el contacto tomado con otras cinematografías en el Primer Encuentro de Cineastas Latinoamericanos en 1967. Al año siguiente varios se largaron al largometraje. El primero es Raúl Ruiz con su ópera prima Tres Tristes Tigres (1968), dura y sarcástica crítica a la burguesía chilena.



En 1969 debutan tres más. Helvio Soto, desmitifica el sentido patriótico de la guerra con Perú en Caliche Sangriento; Aldo Francia, sobre un acontecimiento verídico (el encarcelamiento de un hombre que roba una res para alimentar a sus hijos), realiza Valparaíso, mi amor. Y, finalmente, Miguel Littin, también con un hecho real (La alfabetización y ejecución de un hombre que asesina a su familia), conmueve con El Chacal de Nahueltoro.




La revisión del pasado en función del presente y el análisis crítico de la realidad social son los tópicos básicos de estos realizadores.
“Antes que cineastas somos hombres comprometidos con el fenómeno político y social de nuestro pueblo (…)”, comienza el Manifiestode los Cineastas de la Unidad Popular impulsado por Miguel Littin.
Más pesimista, Helvio Soto reconoce: “Estoy convencido de que nuestro público comprende muy pocas de las cosas que decimos”.

En los años que siguen, Soto dirige dos films controvertidos: Voto más fusil (1971) y La metamorfosis del jefe de la policía (1973). Raúl Ruíz retoma la temática de su primer largometraje en Nadie dijo Nada (1971) y Miguel Littin fabula sobre la existencia de una comuna socialista en La tierra prometida (1973). Entre tanto, las vetas más prolíficas del Nuevo Cine siguen siendo el documental y el cortometraje.





En 1973, la dictadura militar derroca al presidente Salvador Allende, clausura los centros de estudios cinematográficos destruye gran parte del material producido en esos años e interrumpe la reactivación de Chile Films, derivando su producción al cine publicitario. Hay persecuciones y prohibiciones. Sin embargo, el Nuevo Cine Chileno no desaparece del todo y continúa su desarrollo en el exilio.

2012






Nota: El siguiente, es el documental con que la Corporación 11 de Septiembre y la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional (UNOFAR) homenajearon  a Augusto Pinochet el domingo pasado en el Teatro Caupolicán.

El trabajo audiovisual fue creado por el realizador Ignacio Zegers y se extiende por dos horas, revisando lo que propone como el legado que el ex dictador le dejó a Chile